El que Dios nos haya hecho del polvo de la tierra, significa que Él puede hacer de algo insignificante, una gran obra. Él quería que lo supiéramos para que no nos envaneciéramos. Reconocer que somos solo polvo, es aceptar con humildad que no somos dioses, a pesar de los grandes dones y privilegios que nos ha dado Dios entre los demás seres vivientes.
Estamos hechos del polvo de la tierra, el polvo es sinónimo de suciedad. Nuestro corazón puede ensuciarse con muchas cosas, puede mancharse de envidias, codicia, celos, mentiras, malos deseos, calumnia, intrigas, odio, rencor, etc. Jesús puede limpiar ese corazón si le abrimos las puertas y lo dejamos entrar. Nadie más puede hacer un trabajo de limpieza en nuestro corazón, como lo hace Él.
El Señor puede hacer un gran hombre o mujer de Dios de todo aquel que responda a Su llamado, no importa su condición física, ni social, ni económica.
“Y Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente.” (Génesis 2:7 NVI)
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